Pensó
que había regresado a ese muladar de terciopelo donde los olores se vuelven un
légamo de complejidad y uno chapalea satisfecho y cálido, con la fiebre ausente
de estos años que ya no se parecen a aquellos porque en aquellos la fiebre era
una manifestación del corazón y ahora es solamente lo que se ha dejado atrás,
se ha postergado de manera inepta con la ineptitud de lo que no se tiene ganas
de resolver y apenas queda en eso, en algo que no se tiene ganas de resolver
porque no se encuentra el cómo hacerlo y mientras piensa eso, una laxitud
amarilla, una grasitud sobre la que la vida resbala sin quedarse, le patina la
piel ocupada en la fragancia pastosa del sudor que se vuelve una joya caliente,
extraída de un mar de sal profunda como todas las lágrimas que no se han
llorado en el momento justo y rebalsan desde los rincones humanos atrapadas por
glándulas obstinadas en cumplir su función desalinizadora del corazón con mal
de pena.
Hunde
los dedos y debajo de las yemas está la palpitación sensible de un reloj crudo
como un pan que llora y que se ha amasado con la sal antigua y la sangre
habitante y un poco con el calor manual de desbrozar la carne de esas cosas que
el pudor le junta sobre el ansia de ser apenas un cuero tenso y expresivo, una
resonancia de gemido que grita, una violencia de animal que come y su réplica
de animal de vuelo en ese movimiento en que toda sonoridad se transforma en
cárnica y sabor, en sabor, piensa, como si en la lengua tuviera más papilas que
el resto de los amores y esas papilas pudieran crecerle por los labios mientras
se los relame con la holgura de un disfrute anunciado por efímero y a su vez,
por constante y declarado, porque uno se lleva los sabores y esos olores al
olor vencido, pegados en órganos que la ciencia aún no ha descubierto y crecen solamente en los largos momentos en que un cuerpo y el otro se
transforman en una expresión madura que se funde, se funde, se congrega y a la
vez se disgrega en una descabellada cuestión química que, como los órganos esos
que crecen sin haber sido descubiertos aún, se manifiesta en lo que complementa
la verdad de estar así, resbalosos y perfumados en una irredención de uñas y
lenguas y cabellos y por sobre todo de miradas que rasgan la saliva, la
asfixia, el espasmo y el semen.
Así, quedarse así, en un sexo que duele.
(De: Caída de las patrias)