Digamos que me gusta el verso blanco
para decir qué triste estoy a veces.
Qué triste estoy a veces, en la lluvia,
en este charco eterno en que me muevo como una nube triste
que descarga su vientre largamente
en la larga impureza de mis mundos más tristes.
Qué triste estoy a veces en esta irredención
de hombre tan triste como el más triste, triste de los hombres.
Me faltan las promesas y los créditos,
el calor, la penumbra, la mañana,
la pulcritud y el canto
me falta Dios a veces y un día y otro día, me falta Dios también
para quejarme
para entenderme
para enamorarme nuevamente del bien
para matar de bien hasta morirme.
Llueve sobre las cosas como un cántico.
Las paredes chorrean como un templo emplumado bajo el agua
en que se pega la resaca untuosa
de tanto pozo ciego.
Y vos ahí...
Siempre tu voz ahí...
Siempre esa voz tan tuya como una soga interminable y larga
ahí
jalando de los fondos del presente
la nave del olvido del futuro.
Ahí.
Como lo eterno y prometido, y más sabia que el dios que no promete.
Ahí, lo que rescata
lo que cura y redime y multiplica.
Estás ahí, tan pura en tu impureza tan purísima
como una majestad
como un conjuro
como el fondo del tiempo en que estar vivos.
Me hace daño tu amor porque te quiero
y no sé si está bien
o te hace bien
o qué.
Lo espurio no se mezcla con lo mágico.
¿ Vos vas a perdonarme que te quiera?