Tiene ese sabor a luz cuajada en una oscuridad irreductible, un ala vítrea que destella, desprendida, desde una mariposa que no veo.
Tiene un sonido al brillo que se busca en la sombra como si apenas se oyera un cascabel.
Es un campanilleo de llamada que trae un viento acústico hasta esta situación donde no hay aire.
Me mantengo al acecho con la zarpa dolida y la mirada vieja de mirar, que si más busca más se me envejece, añoradora.
No sé si veo o sueño o sueño lo que veo o veo lo que sueño mientras se va y vuelve un escritor terrestre y viajador que escapa y que regresa, buscando islas robadas a un tiempo con aromas de manzanas y mar, como un pirata joven con una nave vírgen que espera hallar tesoros debajo de todas las tormentas.
Ishtî también suena a conjuro, igual que abracadabra, a ¡hágase la luz!
Tiene un sonido similar a ahora, aquí y ahora, no un sonido elusivo, postergable, lo mismo que un pretérito imperfecto.
Es una voz profunda de reclamo, imperativa voz, voz posesiva, no una voz abatible sino de aquellas territoriales y filosas voces con que se graba en piedra una consigna.
Ishtî para nombrar el resplandor y el vértigo en la noche al fondo de la espera y al fondo del que vuelve, con las manos oliendo a sal y aire, por la margen del río y el tumulto.
Imagen: Zafir by Gadia Photo