Al final se lo conté. Al
final. Eso, al final, siempre le termino contando todo en este mundo de
tragedias grises en el que repto. No me movilizo. Repto. A esta altura del
asunto, repto. Y todo es gris y no tiene importancia. Todo termina siendo un
gris no estoy, un gris lejano, un gris, en resumen, tan neutro él, tan gris,
tan acromático y tan poco climático. Solamente y putamente gris. Tan pero tan
gris. Tan pero tan, tan, gris.
Se lo cuento. No lo revivo.
Sólo se lo cuento como una especie de anécdota, de historia, de penumbra. O ni
siquiera como eso. Lo cuento igual que un trámite. Suena como: es que fui a la
Afip…
Mientras se lo cuento me
froto un solo ojo. Me pica y me arde un ojo pero ya me dijeron que no tengo
nada. No ven nada dentro de mi ojo y eso que me observaron atentamente con lupa
de oftalmólogo. Si no le pongo acento sonaría en suajili. Tantas o. Puras o.
Mologo…fui afuera de Mologo, off (tengo manía por prolongar las efes) tal
Mologo. Me río solo. No se lo digo porque va a empezar a darse manija con que
tengo una esquirla en la córnea cuando en realidad la tengo en el oblicuo
abdominal.
¿Cuántos oblicuos tiene el
cuerpo humano? Mientras me lo pregunto me rasco el ojo. Ahora veo todo gris, de
nuevo, todo gris. El gris nunca se va, no es mi ojo, es el gris. El gris es lo
que no se va.
Todo es oblicuo. En mi mundo
el mundo es todo oblicuo y hay que saber caminar por lugares que son oblicuos.
Dicen que yo sé hacer eso, como los andinistas. Que yo siempre estoy en el
momento oblicuo en que las cosas se vuelven derechas. Ellos lo dicen. Para mí,
siempre, todo está muy pero muy torcido. Ni siquiera es oblicuo. Directamente
está torcido en una suerte de amorfismo insólito, atrapante.
En esta vida todos los
momentos son sesgados además de grises, me alecciono. El gris se desplaza en
posición diagonal y entonces uno dice: “si, si, pero no es nada, porque la
oblicuidad de todo hace que el cuerpo sea un mapa hecho con rozones de no
matar”. Los rozones marcan. Hacen un trazo oblicuo. Uno sobrevive porque vive
en una vida tangencial en la que nada llega de frente.
Cuando uno va de frente, como
yo, descubre que su realidad es siempre de través.
Es imposible adaptarse a las
pendientes pronunciadas si uno no termina reptando como un gasterópodo.
Menos mal que soy un bicho de
tragedia.”
—Sí. Como yo. —afirma
Benedict.
(De: Animal de tormenta - los diarios de Aivan Jaid)