¿Cómo huele el futuro si no a pólvora y sequedad y a muerte
bajo el calor ecuatorial que nos divide el sol como un pan ázimo, incapaz de
alimentar a alguien?
¿Tiene el futuro otro color que no pertenezca a la gamada
variedad del rojo? Rojo el atardecer, roja la sangre, y rojiza la tierra que la
sangre ha regado mientras va oscureciendo, lentamente.
A mi costado la vida se estaciona pero no abre las
puertas para que los que están aquí puedan subir y continuar camino. Estaciona
con sus puertas cerradas lo mismo que un almacén inaccesible para el hambre de
los que no tienen cómo comprar pan.
Estamos varados en este aislamiento indigente igual que
un montón de residuos dentro de un vertedero. Somos parte de las cosas que los
hombres descartan en sus vidas con paz en la que no se intentan misiones de
suicidas, como ésta.
La médica joven hace rato que llora rodeada por los
niños. Las mujeres la miran desde lejos con ojos que parecen no mirarla. Son ojos
que se vuelven así, perplejos y aislados, cuando ya no tienen más para llorar.
La comadrona le ha dicho dos o tres palabras e intentado
un abrazo que apenas se produjo. Acompañó el abrazo con un: hay mucho por
hacer.
Resolver se trata de no colapsar frente al fracaso.
Cuando uno viene aquí ya sabe eso o por lo menos debería
saberlo. Alguien que haya estado antes en estas ruinosas circunstancias debería
explicar a estas personas nuevas que los voluntariados se parecen mucho a las
crucifixiones y que la vida siempre está en peligro. El peligro en estas regiones
es parte natural del voluntariado y el voluntariado no es ni más ni menos que
un profundo acto de afirmación.
Quizás, los que estamos aquí, somos personas que no han
nacido para perder la fe aunque de vez en cuando lo olvidemos.
(De: La pasión triste)