Después del periplo la conclusión es obvia, así
que regresamos con el ánimo apaciguado, no ya moroso de reproches y ansias ni
enquistado en el miedo de los que han acumulado deudas que nunca saldarán.
Dejamos atrás esa extraña vocación caliente y nos
hemos vuelto los archiveros de la vieja historia, serenos y difusos, agrisados
del polvo de los muertos que por fuerza hubimos de enterrar.
Todos frente a la mesa griega hicimos un pacto
de triunfo. Un pacto inamovible de “no me moverán”. Nos sentamos ante el azul
del mar y juntamos las manos como agitadores de un viejo conciliábulo que ha
decidido dirigir la historia de sus miedos hacia un puerto seguro.
En realidad ninguno de nosotros quiere morir en
las manos del otro por un error de cálculo o un hecho natural de la casuística
violenta que antes integrábamos como un fiero conjunto y ahora resolvimos
individualmente, lejos de cualquier lugar común.
Conseguimos la tregua ética que da el mismo
objetivo.
Ya estamos viejos, han pasado los años y nos
desconvertimos de aquellos animales mortales que presagiaban dramas y
catástrofes en los lugares donde ponían los pies.
La violencia se nos ha alejado, a algunos más
que a otros, así que nos miramos sin violencia mientras nos prometemos no
ceder, por aquellos códigos de antaño en que nos reparábamos.
Todos supimos que íbamos a matar para salvarnos.
Pero ninguno de nosotros quiere morir aún, y estamos conscientes, como entonces,
de que somos lo descartable en cualquier epopeya.
Habíamos aceptado el sacrificio cuando aún era
tiempo de epopeyas y a ellas debíamos el angustioso furor del heroísmo.
Pero es parte de nuestro pasado y nosotros solamente
vivimos en presente porque cuando aceptamos el oficio, nos despedimos de cualquier
porvenir.
Uno por uno de mis compañeros de hundimiento me
ha estrechado la mano y ha dicho en su lengua materna: "Gracias por reunirnos".
Me reafirmo en la primera convicción que tuve
cuando emprendí este viaje de búsqueda. Ya estamos todos los del entonces aquel
en algún otro tema y nadie quiere morir en su pasado, así que concordamos en el
trámite de la supervivencia.
Somos distintos pero estuvimos juntos y juntos
descubrimos lo que luego acabó por desparramarnos por el mundo como semillas de
una plaga bíblica y por lo que ahora pretenden que rindamos cuentas con esa voz
que no escucharon antes todos aquellos a los que recurrimos.
Siempre supimos que nuestro oficio es una pasión
triste, una imperecedera pasión triste por la que debemos responder con la
vida.