Cuanta borrasca inútil debilita el silencio
mientras crece la luz.
Abajo el mar es un titán que ronca
con su lengua de piedras
y aquí
amanece un espasmo de verde color aire.
Danza un espumarajo de quimeras
y se volatiliza
como si se quemaran, de repente, los niños y los pájaros.
Los antojos se escinden y las ensoñaciones
se transforman en cestos con culebras
que morderán las manos del encanto.
Abandonar el pálido deseo por un no vigoroso.
Dejarlo enternecerse como un viejo
que mira jugar nietos en la plaza.
Frenar su mandamiento de pañuelos.
Marcar en tanto mapa la distancia de lo que no será.
Recojo el equipaje de mi boca en unas cuantas letras
y me mudo de lucha,
me mudo de orificio con ratones,
emigro con mi gata y su redondo novio populoso
a la soledad plácida en esta calle de pueblito antiguo
con sus casas de cal
y sus jardines de derrumbes secretos.
Un ángel sin oficio
que surfea sobre sus alas rotas
a ras del mar que siempre lo separa
del Dios que lo ha olvidado en sus promesas.
Alguien le sueña un territorio impune
donde todo es posible por un rato.
Y luego suena el gong.
Vuelve el destino.