Día O
Holowitz suele
decir que es el olor. Como los German Shepard, understand? que tienen ese olor
a perro ovejero alemán imposible de ser disimulado ni con camuflaje.
Es
el olor o los gestos tienen olor o huele la mirada o se hace olor el silencio,
porque de otra forma...
“Es
la primera vez que viajo en la aerolínea de Jordania ¿usted? ¿Ya viajó antes en
la Aerolínea de Jordania?”, y acomoda como puede un equipaje de mano que se
enreda en su crucifijo mientras sonríe tratando de no incomodar a nadie, ni siquiera
al Cristo crucificado con el que pelea para que le devuelva lo que le ha
aferrado con la mano izquierda del madero.
“Si, yo también
voy ahí”, y no sonrío porque no creo que amerite sonreír la mención del destino
y ella hace lo propio tal como lo dijo, sacando el tema por evitar mencionar la
soledad o el miedo o la angustia, igualmente solemne y bajando los ojos, “si,
si”...y un último si, casi inaudible, porque las otras hermanas quedaron en las
otras butacas “y estuve hasta último momento pensando si debía, entonces dije
que si, si”, “igual que yo”, le digo, por decir algo, “así que ahora viajo
entre ustedes, bueno, es lo mismo, todo es un apostolado”, dice todavía
tratando de domesticar sus dudas a favor de sus convicciones, “me ponen
nerviosa los aviones y con este tema de...cuando me dijeron que la aerolínea
era de Medio Oriente...”
Yo la miro
entrecortarse mientras habla, como si el hombre tuviera más poder que su Dios
en ese instante mientras su mano larga aprieta el crucifijo, compulsiva, “usted”,
porque Huarkaya que está del otro lado no la mira y parece un animal agazapado
en el fondo de su butaca después de haberme dicho “monjita joven que
desperdicio” antes de darse vuelta hacia la ventanilla y quedarse ahí mirando
el océano, “¿es la primera vez? yo nunca fui antes, debe ser eso los nervios
con todo lo que se oye, como ir a ayudar en el infierno”, no para de hablar.
“Mejor si haces
callar la santa”, habla Huarkaya desde su fondo oceánico, “que me pone
nervioso, háblale de algo bonito que no quiero que me anticipe más infierno”, “yo
tampoco”, le susurro a Huarkaya, porque ella está enfrascada en explicarnos que
estudió a fondo el tema de las mujeres y que esa es su misión, por las mujeres,
que Dios se la dijo en sueños y ella aceptó, aunque le dan mucho miedo los
aviones y encima la aerolínea es de Medio Oriente.
“Quiero
despertarme en Jartum”, pienso confiando en la última comunicación de Holowitz,
“aquí estamos con la fuerza paquistaní esperando por ustedes. Necesito hablar
contigo, urgente.”
No sé si le
sonrío a la monjita joven de anteojos que me cuenta las cosas que le pide su
Dios que haga para probar su servicio, “¿y usted, también lo siente como un
apostolado?”
“A mí solamente
me habla el Diablo”, murmuro dándole el gusto a Huarkaya con el tema de hacerla
callar. “Pero yo no me decido a escucharlo”, agrego para mí pero no para ella.
2
Milenium,
Servicio de Paz, Cancillería, Ministerio de Relaciones Exteriores. Sello.
Firma. Orden. Burocracia.
Huarkaya sigue
protestando detrás de mí, mientras el tipo trata de leer mi credencial.
“¿Qué otra gente
puede querer viajar hasta aquí?” gruñe, molesto con el tipo que le da vuelta al
papel de permiso de ingreso a la República Democrática del Congo “¿un problème?
avant, avant”, incita su voz como si legrara el aire.
Huarcaya ya se
hizo amigo de todas las monjas y habla con ellas mientras el tipo va
descifrando de qué países llegamos, antes de cargarnos en la avioneta, no sea
que su información sea otro bluf como todo lo que se inventa para tapar la
realidad.
“Mata dos
pájaros de un tiro”, le digo a Huarkaya que se ajusta el cinturón protestando
todavía, “lleva gente, trae coltan” y la monjita que siempre se me sienta al
lado, “misionera, soy misionera ¿qué es el coltan?” mientras Huarkaya arruga su
cara inca con gesto violento y regresa a una nueva ventanilla para mirar un
océano verde y turbulento en el que ya tiene asumido que es imposible nadar y estamos
condenados a ahogarnos.
“¿Qué es el coltan?”
“... porque una
vez lo juramos no hay que”
“¿qué es el
coltan, mayor?”
“...no sé. Goldberg,
no es tan desprolijo”
“ya estamos acá, ¿qué está mal?”
“aquí, aquí, en
persona ¿ok?”
“Todavía están
ahí” le digo a Huarkaya, mientras otra monja le explica a la monjita algo sobre
los teléfonos celulares, Bayer y Toshiba.”
¡Qué espanto!”
“Espanto es lo
único que vas a encontrar acá, hermanita”
Huarkaya se ríe
contra la ventanilla.
“Andá preparando
el estómago”.
Después de
tantas horas de viaje ya sé que se llama Virginia, “¿de qué otra forma podría
haberse llamado?” me preguntó Huarkaya cuando ella lo dijo en voz alta, “ya lo
sé”, me contesta acerca de su estómago la hermanita Virginia, y vuelve a contar
el mensaje de Dios mientras Huarkaya dice amén, en un avioneta que rasa sobre
el país más rico del mundo en que se libra la tercera guerra mundial aunque
nadie lo sepa.
De: Viraje (Kivu Norte - Tercera guerra del Congo) - ed. 2009