No nos tocaron tiempos con jilgueros ni florecieron para nosotros los cerezos orientales.
Nacimos hipotéticos y nos hicimos fuertes como suaves tormentas que se hinchan muy adentro del mar y llegan explosivas a la tierra como tantos tsunamis, a deshora. Grandes y victoriosos caballos de agua y sal, anegando los mundos del consigo, aprendimos el fuego sobre el metal azul y el ojo llaveado de las puertas que no se nos abrían como a otros.
Dos papiros escritos en el trueno, abandonando su antigüedad de esgrima a bayoneta con que grabar la herida de las cosas.
Y bueno, nos volvimos mortales suavemente, como dos grandes mitos que se cansaron de contarse a sí mismos cuan invencibles son por separado.
Nos volvimos vulnerables, uno en el otro, vulnerables como ponen los niños vulnerables a los hombres de bien o como el amor vulnera cuando es cierto y no una paradoja del antojo.
Supimos aprendernos en la luna que siempre nos miraba de perfil y en la boca grotesca de la muerte, que cloqueaba en la almohada del dolido un mordisco sensual e interminable.
El asco dejó de quedarse en nuestras cosas. Dejó de acampar la indiferencia y el hastío se quitó del alféizar por el que entró la vida.
Sólo de esta manera inverosímil, se aprende el valor natural de la entelequia.
(De: Poiesis)
Imagen: Diorama by Absentasi