Las chicas del Face Off
Las
chicas del Face Off son una, veinte o setecientas.
Nadie
lo tiene claro porque lo único que se ve de ella(s) es la careta que va(n) inventando
según las exigencias del mercado. Conforme las identidades se desbaratan, van
creando nuevas para que nadie se quede sin vocación anónima.
Face
Off es algo imprescindible.
Nadie
puede desarrollar su actividad mutante de no existir el protocolo de Face Off,
que fabrica documentaciones excéntricas, sellos apócrifos, historias familiares
inverosímiles (de acuerdo a la feracidad de sus integrantes) y cosas así.
También
ellas ejercen su estado de “face off”. Todos hablan de ese personal como de suaves
intrigas con las que hay que relacionarse a través de otro departamento: Search
& Cat-ché.
A
Face Off está denegado el acceso directo, a menos que algún integrante te curse
una invitación específicamente personal, porque quiera saber más de vos para
poder imbuirse luego de cómo diseñar algo que te vaya a medida.
Eso,
en realidad no pasa, porque como es un territorio del incógnito, cuando te
atienden, usan justamente “face off”, así que nunca se sabe con cuál de ellas
trataste o si era realmente la que dijo ser cuando te llegó que te presentaras
en Face Off para una prueba de satisfacción.
Uno,
entonces, se deja seducir por esa calígine azucarada, como un pez inocente.
Ante
mí, marcando la tarjeta de ingreso al mundo sórdido, había una especie de
preciosura descontracturante que me robó los ojos un buen rato y me dio uno de
esos motivos que no son los de siempre, para encontrar la excusa de pajearme.
La
miré de reojo, pero ella, que se supo mirada y como buena mina entendió la
codicia sexual que enseguida me creó tensión en la bragueta, disimuló que olía
feromonas amparándose en su parte ejecutiva y siguió su camino hacia un
ascensor que me hachó la mirada, cortándola de cuajo para que no siguiera
prendida de la hembra, quién sabe cuántos pisos.
Le
pregunté al de Mesa de Entradas quién era la de ausencia de puta y actitud de
Greta Garbo triste que acababa de írseme de mira sin que yo acabara aún de
imaginarla.
Nad-ina
la divi-na, que estaba allí de objeto decorativo sin lugar propio, esperando también
el turno de la firma y registro, con las piernas cruzadas y hecha de gesto
anónimo, me observó como a un animal zonzo.
—Y
a usted, eso ¿qué le importa? Acá no damos nombres. Haga cola en silencio.–
dijo, pensando que yo me adelantaba cagándome en los turnos de los otros.
—Bueno
¿y?...– no le ahorré al de Mesa de Entradas mayores sufrimientos mientras la
fila se movía molesta por mi insistencia de recién llegado que no entiende el
sistema.
—Oiga...–
volvió a llamarme la atención Nad-ina la divi-na y señaló hacia atrás por sobre
el hombro– El último está allá. Espere turno.
Le
enseñé de lejos la Acreditación que ella supuso falsa, vaya a saber por qué.
—¿Y
este tipo quién es?– quiso saber de mí con el insulso que repetía como un loro:
Firma, aclaración, sección.
—Azcuénaga.
El chulo del putiferio.
Me
hizo sentir redondo dar una definición tan decidida, a la que siguió un oh
aspirado que fue languideciendo conforme se ensanchaba la distancia entre las
jerarquías y todos repetían: Buenos días, buenos días, señor, muy buenos días,
con una obsecuencia mantecosa que inmediatamente me produjo hilaridad y mutó en
asco.
—No
sabía que usted era usted, señor, disculpe.– contemporizó Nad-ina la divi-na– Y
ella, no sé como se llama porque pertenece al área del Face off.
Por
un momento pensé que yo también era parte del Face Off.
Después
de todo, es eso: tener talento suficiente para sobrevivir de sombra en sombra sin perder la condición de bicho excitante.
(De: El trabajo de a-gente y otras leyendas urbanas)