La tarde se agazapa
se encorva como un buitre, mordaz,
y los despojos
caben entre las manos como luces.
Atardece en la tarde, paradójicamente,
un vaho de penumbra
entre fantasmas ácidos
que huyen
fláccidamente humeantes.
Se llevan el tesón y la cordura
mi Estrella de David
embadurnada de sudor y canto
como si se robaran un esputo.
Cierro los ojos, emparedado, a tientas,
arrasando saliva que se empasta
con un trago de té, amargo, frío,
tan solitariamente espeluznante
que viaja en un jinete apocalíptico
hacia el confuso fondo de mi esperma.
Me anuda esta piel bestia todo el miedo
de volver a sufrir.
Y soy un ángel
plateado amarillento, de lata y en pelotas,
flaco de paranoia y tan sin alas
que vuelo hasta tu boca con mi lengua
mientras hago silencio y me masturbo.