Cuervez II
La luz
es de ese blanco fofo, congelado, como si fuera luz de velatorio y el pasillo
es un pasillo. Todos los hospitales están hechos de pasillos, como los
Tribunales y las cárceles.
Me duele
el pie derecho. Bajo la mano y me froto el costado de patear, pero a través del
borceguí mi mano y el dolor se son indiferentes. El cuero separa el dolor de su
alivio.
Respiro.
Toda mi
ropa tiene manchas de sangre. Se me ve la culata del arma calzada en la cintura
y las manos moradas de pegar.
No
tiemblo. No sollozo. No me desespero.
Estoy
ahí, inmóvil, seco, tieso, pintado como un buitre inmóvil, tieso, seco. Un buitre
en un charco de luz de velatorio, que solamente espera.
Tengo
sed.
Cuervez III
Una
hora.
Alguien
trae un café. Digo que no. Vuelvo a leer el cartel. Miro la puerta vaivén. Leo
el cartel. Miro la puerta vaivén. Leo el cartel. Miro la puerta vaivén. Leo el
cartel. Miro la puerta vaivén. Leo el cartel.
Dos
horas.
Alguien
trae agua mineral. Digo que sí. Vuelvo a leer el cartel. Miro la puerta vaivén.
Leo el cartel. Miro la puerta vaivén. Leo el cartel. Miro la puerta vaivén. Leo
el cartel. Miro la puerta vaivén. Leo el cartel.
Casi
tres horas.
Alguien
trae noticias. Yo escucho las noticias. Mis ojos leen el cartel. Miran la
puerta vaivén. Leen el cartel. Miran la puerta vaivén. Leen el cartel. Miran la
puerta vaivén. Leen el cartel. Miran al médico.
—No. No
sabía que estaba embarazada.
El
médico repite que lo siente mucho. Me palmea y repite que lo siente mucho y
esas cosas que se dicen.
Se va.
Nadie
más habla.
Yo leo
el cartel. Miro la puerta vaivén.
—De un
lado dice Quirófano. Del otro dice Sala de Partos.
Nadie de
los que me acompañan dice nada más.
Yo
tampoco.
Cuervez IV
Me paro
ahí.
Me
imagino que así debió ver el príncipe a la Bella Durmiente o el otro a
Blancanieves con la manzana en la garganta.
Me paro
ahí. Me sobra todo el cuerpo.
Me paro
ahí. Oigo los aparatos. Miro el respirador. No sé a dónde mirar. La miro a ella
pero no sé si está. O si yo estoy.
Me paro
ahí.
Soy un
buitre, no un príncipe, parado ahí, haciendo que no miro. Haciendo que no
siento.
Cuervez VI
El
médico me manda a descansar o será que la sangre de la ropa da muy mal aspecto
a carnicero en ese pasillo de luz fría en el que nunca pasa el tiempo.
No pasa
el tiempo. Oigo el parte. Entro. Me paro ahí. Miro el respirador. Miro el
monitor cardíaco. Miro las luces que bailan en el suero.
Eso
siempre lo miro. Me acostumbré de tanto estar yo como ahora está ella. Tienen
un atractivo especial esas luces en la gota de suero mientras se va volviendo
gorda hasta que cae.
Me paro
ahí. Quieto. Como un buitre, nunca como un príncipe junto a Blancanieves,
muerta por la manzana de la Reina Malvada.
Me paro
ahí, al lado de la cama donde ella duerme y duerme y duerme. No la toco. Tengo
miedo de que esté muy fría.
Pienso en los escarpines sobre la mesa del
comedor
Que poco
pesquis el tuyo, diría una amiga mía, ni que fueras un espía sordo.
Cuervez VIII
Todos en
el pasillo de la UTI ya saben la historia.
Yo soy
el pobre marido de la pobre chica que balearon los chorros y que está tan grave
y que perdió el bebé, pobrecito el angelito. Así se pasan el santo.
Saludo a
la mujer a la que se le ahorcó la hija en octubre y el marido se le está
muriendo en julio, porque decidió seguir a la hija como le prometió a pie de
cajón.
El chico
que se accidentó con la moto murió en la madrugada y hace un rato murió también
la esposa del que siempre está vestido con la camiseta de Belgrano y todavía
llora en el pasillo abrazando a dos hijas adolescentes.
Yo no
hablo con nadie, pero todos alrededor hablan mucho, así que uno se entera de
los dramas ajenos como los ajenos se enteran de los dramas de uno.
El día
empezó mal.
Cuervez IX
Lo
último que hice antes de salir esta mañana de mi casa, fue tirar los escarpines
a la basura.
Nadie me
esperaba en la oficina.
Yo
entro. Saludo. Me pongo a trabajar.
Mientras
cierro la puerta me evito las preguntas y digo: Sigue igual.
Cuervez X
Entro.
Me paro ahí. Estiro los dedos y acaricio el cabello. Abro la mano. Rozo la
frente con la palma. Deslizo el dorso por las mejillas, plácidamente tibias,
con ese color cera viejo a medio muerta.
Acaricio.
Acaricio. Acaricio. Parado ahí.
Dejo de
acariciar. Ella acostada ahí. Dejo de acariciar.
Miro el
respirador. Miro el monitor del corazón. Oigo los ruidos.
No le
pregunto si tuvo miedo de decirme que estaba embarazada, porque yo siempre digo
que no quiero traer hijos a este mundo de mierda.
Me quedo
ahí. Parado. Como un buitre.
Cuervez XI
No
enciendo ninguna luz.
Por la
ventana del living entra apenas el resplandor de las luces de la calle, pero yo
conozco todas las sombras de la casa.
Camino
entre las sombras hasta la basura.
Saco los
escarpines y los vuelvo a poner donde estaban originalmente.
Tirarlos
es como matar al bebé dos veces, se me ocurre, mientras les quito hojitas de
yerba que se les quedaron pegadas.
Los
acomodo encima de la mesa, mirando hacia la luz que entra por la ventana y me
voy.
(La guardia, sin novedad)